Palabras clave: paisaje, cultura, patrimonio
En noviembre de 2022, el entonces gobernador de Puebla anunció la construcción de una nueva sede del Congreso del Estado que estará emplazada en la zona de Los Fuertes de Loreto y Guadalupe. Eso implica que el histórico cerro adquirirá una nueva fisonomía y con ella nuevas referencias simbólicas, representativas e identitarias; su aspecto sur cambiará definitivamente, pero sus significados y valores no. En estas líneas haremos un breve recorrido por los diferentes momentos que ha tenido el cerro en la historia de la ciudad, asumiéndolo como una unidad de paisaje, herramienta conceptual y metodológica básica de los estudios de paisaje cultural. Buscaremos identificar algunas de las formas en que se ha producido un espacio patrimonial de primer orden en el imaginario colectivo a través de la creación de diferentes lugares sobre el territorio del antiguo cerro Acueyametepec.
El paisaje es uno de los referentes más inmediatos de cualquier sociedad y es producto de las relaciones que sobre los territorios físicos han tenido y siguen teniendo los seres humanos. El hecho de que sean las comunidades quienes modelen el paisaje a través del tiempo, le da también un carácter de identidad territorial y de pertenencia individual. Configurados siempre en nuestra mente a través de los sentidos, los paisajes están cargados de numerosos símbolos y valores culturales propios que pueden ser artísticos, religiosos, históricos, o de cualquier otro tipo, como en el caso de los Fuertes de Loreto y Guadalupe.
El Acueyametepec, cerro de magueyes y ranas, fue actor indiscutible en el proceso de fundación y poblamiento de la ciudad de Puebla. Su agencia fue testimoniada por Motolinía, quien en 1555 aún recordaba las bondades del territorio en que se fundó, entre ellas, la cercanía de materiales y materias primas para su construcción. Considerando que la fundación primigenia fue realizada prácticamente en sus laderas (Hirschberg, 1981), el protagonismo del cerro fue decisivo. En este sentido, el territorio en el que se encontraba desde tiempos inmemoriales el cerro Acueyametepec lo podemos concebir como aquella porción de naturaleza, de espacio geográfico, que terminó garantizando, entre otros elementos, el establecimiento y subsistencia de una colectividad que, con el paso de los siglos, se identifica como poblana. Este proceso a través del cual se vincula la sociedad con la tierra, lo denominamos territorialidad: la apropiación, uso, disfrute o transformación del territorio. Durante los siglos siguientes el cerro tuvo una identidad particularmente religiosa, con la ermita dedicada a la Virgen de Loreto y otra erigida en honor al niño indígena mártir Cristóbal, que durante el siglo XVIII fue dedicada a la Virgen de Guadalupe. Posteriormente, desde la segunda década del siglo XIX, ambas edificaciones serían usadas como guarniciones militares que vieron transcurrir batallas y personajes que forman parte fundamental de la historia de México durante este periodo: Antonio López de Santa Anna, Miguel Miramón, Joaquín Orihuela, Porfirio Díaz y, por supuesto Ignacio Zaragoza, entre otros (Salazar, et al., 2007).
Recordemos que el paisaje cultural se compone por una serie de interacciones económicas, políticas y sociales que caracterizan a un espacio geográfico determinado, y que su uso le otorga valores y cualidades determinados (Castellanos y Reynoso, 2023). De esta manera fue que en el México posrevolucionario el sentido de congregar militares en las fortificaciones que tenía la ciudad se había perdido. La estabilidad política y social que empezó a tener el país permitió que en 1930 el baluarte militar concluyera y que, seis años después, se decidiera perpetuar su memoria con la puesta en valor de su pasado inmediato. Así, el Museo de la Guerra fue inaugurado en el Fuerte de Loreto en 1936 (Giles s/f.).
La musealización de la antigua fortaleza fue el primer paso para convertir al cerro en el espacio por excelencia para rememorar, ante propios y extraños, la historia bélica de la ciudad, que ya desde entonces se asociaba a la defensa de la soberanía nacional con el orgullo colectivo de haber sido el sitio en donde los mexicanos vencieron al ejército más poderoso del mundo.
La construcción de la memoria histórica de los Fuertes de Loreto y Guadalupe tuvo su segundo gran momento en el aniversario número cien de la 5 del Cinco de Mayo, evento que consagró su espacialidad a partir de 1962. Fue dotado de un carácter propio a través de infraestructura conmemorativa y cultural que pronto se convirtieron en lugares emblemáticos, como los monumentos a Zaragoza y a La Victoria; el Museo de Artesanías y el Auditorio de La Reforma. Años después, el cerro de Loreto y Guadalupe sería contundentemente patrimonializado y sacralizado por el Estado; primero, al incluirlo dentro del polígono decretado como Zona de Monumentos Históricos de la Ciudad de Puebla en 1977, y, segundo, con el traslado de los restos de Ignacio Zaragoza al cerro que le dio inmortalidad.
Como hemos visto, los espacios culturales y recreativos han estado estrechamente ligados a la configuración del territorio en el cerro de Loreto y Guadalupe. La inserción de infraestructura por parte del Estado no ha sido sólo simbólica –generando sentido de pertenencia e identidad–, sino que se ha hecho también como un mecanismo gubernamental de redefiniciones de ese espacio urbano para la creación de empleos, la atracción de turismo, la puesta en valor del patrimonio e, incluso, para incrementar costos en los usos de suelo y servicios públicos. En el pasado reciente, durante los años 2011-2018, la ciudad de Puebla conoció un contundente proceso de turistificación con inversiones millonarias que reconfiguraron diversos espacios de la ciudad; uno de los más importantes y controvertidos fue, precisamente, la zona monumental de Los Fuertes.
En efecto, la conmemoración del sesquicentenario de la Batalla del 5 de Mayo fue el motivo articulador para modificar nuevamente a gran escala el cerro de los Fuertes de Loreto y Guadalupe. La celebración de los 150 años de la Batalla de Puebla estuvo enmarcada por la creación de nuevos espacios e infraestructura que modificó el paisaje. Se crearon museos, parques, un lago artificial, túneles, vialidades e incluso, un teleférico. Por supuesto, esto además de nuevos turistas y usuarios locales, trajo también nuevos usos del espacio. Los usos del pasado, de la memoria, de la identidad, de las prácticas culturales y de la interpretación de la historia para fines políticos pueden ser vistos nítidamente hoy en día, en la zona en los Fuertes de Loreto y Guadalupe.
Como en diferentes espacios del territorio poblano, en el caso de Los Fuertes, la apuesta del gobierno estatal por erigir infraestructura no fue por la generación, circulación o consumo del arte y la cultura, sino más bien para exhibir y crear una escenografía ligada fundamentalmente a la creación de espacios destinados de modo explícito a la exhibición. En este sentido es preciso recordar que no se puede confundir o equiparar a la cultura de una ciudad con su “infraestructura cultural”, en términos de políticas públicas o creación de imaginarios (López, 2018).
Como se puede advertir, el proyecto político de este periodo contundente en la transformación del espacio. De ser la cantera proveedora del primigenio territorio poblano, se convirtió en espacio devocional, primero, y defensivo después, para ver el fin del siglo XX como un centro cívico y cultural contenedor de una de las construcciones históricas oficiales más emblemáticas en el país. Y fue precisamente este hecho memorable el capitalizado como parte de un minucioso plan de gobierno para usarlo en términos de rendimiento, visibilidad y posicionamiento político, por supuesto, mediatizado como gran proyecto turístico, vertebrador de desarrollo económico. El cerro de Loreto y Guadalupe terminó siendo, entonces, un singular paisaje político.
Ahora, en el año 2024, convertido en una de las principales atracciones turísticas en la entidad, el espacio será dotado de un carácter institucional de primer orden, con la instalación del edificio del Congreso del Estado consolidando su presencia en el imaginario colectivo como paisaje cultural poblano por excelencia. Identificado, además, como un territorio con altos valores históricos y culturales, producto de la yuxtaposición de las dimensiones naturaleza-sociedad-cultura, la zona de los Fuertes de Loreto y Guadalupe es, sin duda, uno de los paisajes patrimoniales más importantes de Puebla. Con la inauguración de la sede del Poder Legislativo local, y todo lo que conllevará, el paisaje patrimonial del 5 de Mayo seguirá generando sentimientos, emociones, orgullos, pero sobre todo miradas e interpretaciones acerca del pasado y del presente.