Cuando nos enfrentamos ante un término del cual no tenemos certeza sobre su significado solemos buscar alguna fuente que nos aclare los límites del término que buscamos entender, tal es el caso de la expresión discriminación laboral. De acuerdo a la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo (EEOC, por sus siglas en inglés) “la discriminación laboral existe donde un empleador trata a un empleado o postulante de manera menos favorable por causa de su raza, color, religión, género, orientación sexual, identidad de género, país de origen, o discapacidad”. Esta definición nos da una orientación hacia lo que significa la discriminación; sin embargo, vivir dicha discriminación aún sabiendo la definición no siempre representa que tengamos una comprensión plena de lo que ocurre en nuestro entorno.
La discriminación hacia las personas por su condición, características o circunstancias que suelen acompañar la cualidad de ser mujer son tan diversas que en muchas ocasiones se puede presentar sin que nos demos cuenta.
Por lo anterior a través de una experiencia personal ocurrida en mi ámbito laboral me gustaría colocar sobre la mesa de discusión cómo se puede manifestar la discriminación laboral por motivo de género sin que haya una consciencia de lo que ocurre.
Comienzo contextualizando un poco mi entorno laboral, ya que trabajo como docente en una universidad pública del centro del país en donde cada año se reciben alrededor de veinte mil estudiantes de nivel licenciatura. He laborado en la Facultad de Lenguas por casi diecinueve años. Y a lo largo de mi experiencia laboral he desempeñado varias funciones académicas y administrativas.
Mi historia personal comenzó como la de cientos de docentes en este país que al integrarse a un nuevo ámbito laboral buscan ganarse un lugar ya que promete convertirse en el espacio para su desarrollo profesional. Así que al ingreso a la facultad además de dar clases me integré a una academia, asumí el rol de tutora y me integré a una comisión de diseño curricular con la intensión de conocer a fondo el funcionamiento de la facultad y por supuesto obtener oportunidades de crecimiento. Todo esto me llevó a trabajar alrededor de doce horas diarias sin una remuneración adicional ya que mi salario sólo era el que percibía por mi labor como docente hora clase frente a grupo. En mi percepción estas condiciones laborales no eran erróneas ya que era soltera, no tenía hijos y no tenía compromisos personales, por lo que mi disposición al trabajo era mi prioridad. Con el tiempo, mi esfuerzo, dedicación y tras haber coordinado un departamento en la licenciatura donde trabajo, en el año 2011 recibí la oferta de coordinar el programa de licenciatura en donde laboro. Esta oferta laboral era de alguna manera la respuesta que buscaba por mi esfuerzo. Sin embargo, la oferta de trabajo se presentó con bastante anticipación en términos del tiempo para ejercerla ya que se me ofreció a finales del mes de mayo de ese año y el puesto se ejercería a partir del mes de enero del siguiente año. Para ese momento, mis circunstancias personales habían cambiado a las iniciales, ya que un par de años antes me había casado y estaba buscando quedar embarazada. Durante el tiempo de espera en el mes de agosto de ese año quedé embarazada.
En ese momento no consideré ni por un momento que mi embarazo pudiera ser un factor que afectara mi condición laboral, así que cuando le comuniqué a mi futuro jefe que estaba embarazada sólo lo hice por cortesía y me dispuse a prepararme para asumir mi nuevo cargo. Desafortunadamente él me dijo que el puesto requería de una persona que tuviera una disposición de tiempo completo y que al ser un espacio de alta importancia en la facultad yo no sería la persona ideal para ocupar el cargo, ya que me ausentaría por permiso de maternidad. Ante esta declaración me sentí decepcionada y triste, pero asumí que él tenía razón y que en realidad se necesitaba de alguien que pudiera estar comprometido con largas horas de trabajo y que su decisión estaba justificada.
A pesar de habérseme negado la coordinación de la licenciatura se me ofreció otro puesto en otro departamento que requería menor tiempo de estancia, ya que en palabras de mi jefe yo era una persona muy valiosa y comprometida que podría desempeñar un buen trabajo en otra área. Así que a partir de enero del siguiente año comencé a coordinar otro departamento. Durante los primeros dos años todo marchó bien, pero al inicio del tercer año di a luz a mi segundo hijo, por lo que me ausenté por permiso de maternidad. Al reincorporarme a mi puesto como coordinadora descubrí que me habían quitado la coordinación y ni siquiera me habían notificado. Esta situación fue muy sorprendente y desagradable, por lo que acudí a la oficina de mi jefe para confrontarlo y saber sus razones para haber actuado de esa manera. Cuando lo confronté le pregunté ¿en qué fallé en mi trabajo? a lo que respondió que no tenía nada en contra de mi trabajo, pero tampoco me dio una explicación y mucho menos una disculpa. Ante esta situación no quise hacer un alboroto y simplemente solicité un espacio para mover mis cosas y me fui.
Con el paso del tiempo la experiencia vivida se fue olvidando y poco a poco reacomodé mis actividades profesionales y personales. Nuevamente un par de años después con el cambio de directivos se me volvió a ofrecer el puesto de coordinadora de la licenciatura de la facultad ya que, en palabras de mi nuevo jefe, yo era la persona ideal para ocupar el cargo. Ante esta nueva oportunidad resurgió en una conversación informal con dos colegas varones la razón por la que no seguí trabajando con mi anterior jefe, así que les conté lo ocurrido y ante mi sorpresa ambos me dijeron que lo que yo había vivido era discriminación de género.
Por muy absurdo que parezca yo nunca había pensado que el habérseme negado un mejor puesto por estar embarazada o haber rescindido mi contrato por haber tenido un hijo fueran los motivos para mis problemas laborales. Y así fue como comenzó mi toma de consciencia respecto a las facetas que puede mostrar la discriminación de género en el ámbito laboral.
En otro momento platicando con una amiga gerente de recursos humanos, me dijo que efectivamente los episodios ocurridos en mi vida aquí narrados son un caso de discriminación de género. Me confirmó que además la discriminación casi nunca se presenta de manera frontal. Normalmente son casos encubiertos, negativas a ciertas actividades o responsabilidades por otros motivos.
En esta toma de consciencia he empezado a comprender que no estaba preparada para reconocer la discriminación porque tenía ciertos prejuicios que obstaculizaron el reconocimiento de esta práctica en mi propia vida. Consideraba que al trabajar en una universidad con docentes y administrativos de una institución de educación superior la incidencia de este tipo de prácticas discriminatorias serían casi imposible de presentarse. Mas aún, me percibía a mi misma como una mujer educada, conocedora de mis derechos y por lo tanto no susceptible a ser violentada. Estos dos factores contribuyeron en gran medida a no darme cuenta de que había vivido discriminación, sino hasta mucho tiempo después cuando mi caso ya había caducado para poder tomar alguna medida legal al respecto.
No se puede luchar por un derecho cuando ni siquiera se reconoce que éste ha sido violentado. Conocer nuestros derechos no sólo representa conocer el sentido teórico, sino sus manifestaciones prácticas. Para ampliar un poco el panorama respecto a esta situación vale la pena mencionar algunos datos. De acuerdo con cifras reportadas por el IMCO en el año 2021, México estaba por debajo del promedio mundial de mujeres que trabajan y ocupa el segundo puesto más bajo en Latinoamérica. Además, tres de cada diez mexicanas han enfrentado violencia laboral a lo largo de sus vidas. De acuerdo con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), en la última década la mayoría de las denuncias realizadas han sido por discriminación laboral, y el registro de quejas que se ha recibido desde 2012 hasta el cierre en el 2022, muestran que se registraron 3 mil 915 reportes de centros laborales donde más actos de discriminación ocurren, esto equivale al 49.3% del total de las denuncias presentadas.
Con estas cifras en mente podemos percibir que la discriminación laboral no es un evento aislado y no ocurre en un solo ámbito profesional, sino que es más común de lo que podríamos pensar, por ello es necesario continuar con la promoción del conocimiento y respeto de los derechos laborales.
Entender la definición de discriminación no es suficiente, también es necesario reconocer sus manifestaciones en el momento que se presentan, saber canalizar correctamente el caso con las personas o instituciones adecuadas y reconocer ante todo nuestro derecho a vivir una vida plena en todos los ámbitos de nuestra vida.