30/03/2024
Contar historias es una de las actividades más comunes que conocemos. Compartimos sucesos de nuestra vida cotidiana con diferentes personas, en diversos tonos y en múltiples espacios todo el tiempo. Muchas veces damos por hecho que al ser una actividad tan común no requiere mayor profundización. Esto no permite dar cuenta que, en realidad, el acto de contar es también un acto de elaborar la experiencia y producir una memoria.
En cada historia que compartimos revisitamos paisajes de nuestra memoria para compartir aquellas situaciones y experiencias que vivimos. Esto implica apalabrar de forma hablada o escrita alguna vivencia, un sentimiento o un pensamiento para elaborar lo acontecido. Y es mientras hacemos esto que se posibilita el darle sentido a la vida misma. Contar nuestras experiencias de vida es parte de nuestra cotidianidad y nuestra forma de entender el mundo, de vincularnos con lo que nos rodea y tal vez explicarlo. La importancia de relatar lo que nos sucede radica en que estas elaboraciones cotidianas tienen la potencialidad de ser coyunturas para aproximarnos de forma situada a múltiples problemáticas estructurales.
Con lo anterior quiero decir que relatar la cotidianidad que nos atraviesa no se trata de una simple recopilación de todas esas actividades que realizamos rutinariamente de forma individual. Es, en realidad, un referente analítico que apunta a hilar problemáticas que atraviesan a la sociedad de forma colectiva o a poblaciones de la sociedad. Esto significa que contar nuestras historias, además de permitirnos elaborar las experiencias de vida, nos permite también conectar con aquellas otras personas que lo viven, reconociendo que no es un acontecimiento aislado e individual, sino social, siguiendo a Lefebvre (1972):
(…) se trata, pues, de caracterizar a la sociedad en la que vivimos, que engendra la cotidianidad (y la modernidad). Se trata de definirla; de definir sus cambios y sus perspectivas, conservando de los hechos aparentemente insignificantes algo esencial, ordenando los hechos. La cotidianidad no solamente es un concepto, sino que puede tomarse tal concepto como hilo conductor para conocer «la sociedad» (p. 41).
A pesar de saber que los relatos de la vida cotidiana nos han acompañado a lo largo de la historia de la humanidad y que a través de ellos muchos saberes han sido compartidos y heredados, sigue siendo problemática la aceptación y validación de la producción de conocimiento científico-social que nace desde las investigaciones biográfico narrativas, es decir, de las investigaciones que parten de poner en el centro a quien narra su experiencia y la relación con su entramado social.
Es a partir del enfoque biográfico narrativo del que se desprenden los métodos de historia de vida y los relatos de vida. Abordar este enfoque, desde la práctica y desde la teoría, ofrece un amplio abanico de posibilidades durante el proceso de investigación. Estas posibilidades tienen que ver, entre muchas cosas, con las prácticas mismas de investigación que se usan, es decir, las formas a través de las cuales se conoce, así como, la importancia o protagonismo de la escucha, una escucha mucho más atenta y que también tiene que ver con las formas de (des) escribir la experiencia narrada, una que se teje desde lo más fino y detallado.
Tomando en cuenta la basta literatura y formas de conceptualizar el enfoque biográfico narrativo, para fines de este artículo el objetivo es compartir solo algunos apuntes y reflexiones parciales que provienen de un diálogo que he entablado con algunxs autorxs respecto a este.
Para tomar un punto de partida quiero comenzar con la propuesta sobre hablar del enfoque biográfico narrativo en vez de llamarlo método. Para ello recurro a Bertaux (1999) que, a través de una serie de cuestionamientos respecto a las decisiones metodológicas que se toman cuando se inicia una investigación, incita a preguntarnos, ¿por qué escoger el enfoque biográfico narrativo?, ¿qué significa hablar de un enfoque narrativo y hasta qué profundidad es posible sostenerlo?, y más concretamente:
¿por qué hablar de enfoque biográfico y no de “método de relatos de vida”? La expresión enfoque biográfico constituye una apuesta sobre el futuro. Expresa una hipótesis, a saber, que el investigador que empieza a recolectar relatos de vida creyendo quizás utilizar una nueva técnica de observación en el seno de marcos conceptuales y epistemológicas invariables, se verá poco a poco obligado a cuestionarse estos marcos uno tras otro (p. 3).
Esto representa ya una primera ruptura con querer reducir todo lo que el enfoque ofrece y hablar de un método en singular; propongo hablar más bien de prácticas, de enfoques y de posicionamientos en plural. También, se vuelve crucial decir que las elecciones que se toman sobre cómo conocer algo, desde dónde y qué fuentes se priorizarán no están por un lado aisladas como herramientas que escogemos y que luego dejamos aparte del resto de la investigación. Con esto me refiero a que existe una permanente imbricación entre las decisiones metodológicas que tomamos, con todo el argumento que presentamos y con la forma en que buscamos sostenerlo.
Estas reflexiones no se tratan solo de una cuestión técnica de métodos de investigación que en apariencia está alejada del tejer cotidiano que la vida implica. Al revés, retomar las historias de vida y los relatos de vida como formas valiosas de aproximarnos a conocer algo, o como forma de explicarnos lo que nos acontece o rodea es también una forma de posicionamiento político que también se teje desde lo cotidiano. Joan Pujadas (2000) ejemplifica esto cuando menciona que en los enfoques biográficos se encuentra una respuesta a las hegemónicas perspectivas positivistas que presentan al sujeto universal como un dato o variable más de la investigación olvidando los detalles de sus vidas cotidianas. Este sujeto universal se vuelve como un molde que no permite visibilizar que tanto las personas como sus experiencias son diversas. Es por eso que desde los relatos e historias de vida pasa algo importante, se deja de hablar de sujeto de estudio y se entiende más como unx actorx social, con agencia y protagonismo de su historia, “más que a través de sofisticadas y deshumanizadoras reglas metodológicas que, a menudo, instrumentalizan la realidad social para dar salida a una realidad autoconstruida y cientifista” (p. 127).
El posicionamiento también involucra a quien escucha, que es quien investiga y da cuenta de la experiencia narrada, y en ese sentido, deja de haber una separación jerárquica, “el investigador narrativo no es espectador de la historia del participante, con una “posición de distancia y separación”, sino un testigo que asume responsabilidades socio-históricas y co-implicación en los procesos de construcción de sus historias” (Moriña, 2016, p. 23). Es decir, hay una implicación con el relato.
La riqueza tanto de las historias de vida como de los relatos de vida se encuentra en múltiples momentos de la investigación, pero también se encuentra en los momentos en que logramos fisurar la separación de quién investiga y lo que o a quien investiga.
Con todo lo presentado hasta ahora quisiera cerrar aclarando que quedan muchos puntos aún por abordar y que estos apuntes y reflexiones son solo una pequeña parte de todos los debates y discusiones que se han escrito sobre el enfoque biográfico narrativo. La intención de esta escritura está centrada en abonar a ese diálogo que ya sucede y continuar con él.